Para escuchar a Bill Evans




La música es la hija

pródiga de la geometría.

La música es una geometría

cuyas incógnitas se resuelven

despejando las variables del silencio.


La geometría huye siempre hacia su fin,

mientras que la música  -non tempus

solo reposa en sí misma.


Salvo ese detalle,

madre e hija se parecen en todo.


Comparten la operación 

de sus verdades,

la precisa feminidad de sus leyes.

Habitan la rigurosa casa de la armonía,

aunque ocupan habitaciones distintas.


Ocurre a veces que, mientras la

geometría duerme,

la música abre sus ventanas 

a ciertos espíritus indóciles

/ tangentes

que con un desparpajo feroz

ponen patasarriba los muebles de la casa.



Podría decirse que: en hora secreta

púrpura de yemas en abierto armisticio, 

de alcohol y de heroína en rincón oscuro,

Waltz for Debby pinta pasmos 

a rostros tarantulados en repisa,

 espectro de flacucho desvaído,

 marco grueso y cigarro de brasita de imposible,

despejando silencios según leyes de

mundo que gira al revés 

y colores perdidos que van a pegarse

al techo, obra y gracia de este tipo

que lleva en el bolsillo angustias como bemoles 

para convertirlas en estrellas

al primer ofrecimiento de un piano,

un brandy y cualquier ventana de luna

que evoque ojos de madre,

sonrisa de amigo muerto…


Por la mañana, en el desayuno 

la música hablará de este espíritu tangente

 y de sus breves fiestas de ruptura; 

al tiempo que su madre

sonreirá mientras descree

/ para sus adentros 

    / y con la severa razón de sus leyes

que tal cosa haya sido posible.




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